Cansado del ritmo de la ciudad, se mudó al campo para diseñar una casa y un paisaje de ensueño
La Barranquita fue la razón por la que se mudó del bullicio de la ciudad a la paz del campo. Porque allí vive rodeado de naturaleza, porque fue la excusa para reducir dramáticamente las horas d...
La Barranquita fue la razón por la que se mudó del bullicio de la ciudad a la paz del campo. Porque allí vive rodeado de naturaleza, porque fue la excusa para reducir dramáticamente las horas de oficina para pasar más tiempo en el jardín, porque desde que se instaló siente que llegó a su lugar definitivo. “Es donde quiero estar el resto del viaje”, sentencia Juan Rojas Moresi.
Es abogado de profesión y hasta 2019 estaba dedicado a eso ciento por ciento, a pesar de que ya sentía cansancio y aburrimiento. Sabía que debía parar, hacer una pausa y preguntarse hacia dónde quería ir. “Lo que tenía en claro era que, desde chico, lo que me apasionaba era el diseño. El paisajismo, la arquitectura, el arte y la decoración eran mi debilidad. Pero hasta entonces, a mis 36 años, esa pasión no había podido desplegarla como hubiera querido, sino más bien se limitaba a ideas que volcaba en el papel, dibujando”, rememora Juan. La Barranquita fue el desafío que vendría a cambiarlo todo.
Poco tiempo antes de la pandemia, su madre decidió repartir entre los hijos la parte del campo que había heredado, cerca de Ascochinga. Fue entonces cuando se encontró con la posibilidad de llevar a la realidad tanto diseño que por años estuvo guardado. “La hazaña era más que interesante: implicaba diseñar la casa, decorarla y, por supuesto y con mayúscula, pensar el paisaje. Disneylandia para mí.”
Primero hubo que elegir el lugar. El campo está recostado sobre las sierras del norte cordobés, en Ascochinga. Zona de espinal, lo que más abunda es el monte nativo: tala, piquillín, espinillo y algarrobo son las especies más comunes. Las opciones eran buscar una parte alta, de loma con vista a las sierras, o preferir “el bajo” cerca del arroyo. Se inclinó por esta última, por varias razones: el reparo de los vientos, el monte es más frondoso, la tierra más húmeda. “Además, tenía un especial arraigo con este lugar, porque de chico cabalgaba desde el casco para venir a darme un chapuzón en el arroyo, que en esta parte tiene ollitas y cascadas”, cuenta Juan.
El sitio elegido es una planicie entre pequeñas lomas, que no necesitó movimiento de suelo. Una extensión de tierra llana y bien fértil que decidió aprovechar. “Los límites naturales del lugar, por el noreste, son lomas y monte nativo y, hacia el suroeste, una quebrada por donde corre el arroyo, del otro lado del cual crece un tupido bosque de acacias blancas y carolinos, que mis abuelos plantaron hace 60 años.”
“De un lado de la casa abunda el monte nativo. Del otro, un bosque de especies exóticas que mis abuelos plantaron hace 60 años. Decidí levantar la casa entre paisajes, para generar un contraste que sorprende al visitante.”
Decidió que la ubicación de la casa marcara el límite entre lo nativo y lo exótico. “Me gusta que combinen, pero me resultó interesante que de un lado el paisaje fuera uno y, del otro, todo lo contrario”, comenta. Y así fue que la situó en el medio, al filo de la barranca y con vista a la cascada. Además, le dio la posibilidad de aprovechar la planicie fértil para plantar el jardín.
“A la casa la pensé, diseñé e hice construir yo. Tanto tiempo esperando dar rienda suelta a mi gusto por el diseño, no iba a compartir con profesionales esa posibilidad. Aparte soy bastante valiente cuando algo se me pone en la cabeza.” Los planos: cuatro hojas A4 unidas con cinta scotch, donde dibujó la planta y algunos cortes. El estilo del exterior estuvo inspirado en los ranchos de campos argentinos y, en el interior, un eclecticismo que combina muebles y objetos antiguos con arte contemporáneo.
Delante de la casa, recibiendo al que llega, plantó su jardín de flores, que en su mayoría son herbáceas, anuales, gramíneas y rosas. Crecen en canteros rodeados de espinillos, cuya sombra les da algo de respiro en el verano. Del otro lado de la casa no hubo necesidad de mayores modificaciones: la barranca, el arroyo, las cascaditas y el bosque eran suficiente belleza.
Al terminar la casa, hubo que decorarla. Como La Barranquita era un cambio de vida, no llevó muebles de la ciudad. En anticuarios y cambalaches de Córdoba y Buenos Aires compró muebles, lámparas, alfombras y cachivaches. “Casi todo usado porque me gusta que los objetos tengan su historia, a pesar de que en la mayoría de los casos no la conozca”.
Un año después de terminarla, se dio el lujo de construir el invernadero. Lo dibujó y llevó el croquis a un herrero que se encargó de hacerlo realidad. “Desde entonces voy poco al vivero y, en cambio, produzco los plantines que dan color a los canteros. Como no tengo estudios en materia de botánica, voy aprendiendo de libros, de otros jardineros y de experimentar. Es un viaje que nunca termina”, relata Juan.
Creó una cuenta en instagram para compartir lo que hace y conocer otros apasionados a la jardinería. Desde entonces, las visitas a su hogar se han hecho más que frecuentes y el trueque de semillas y bulbos ha ido creciendo. De esa forma, de a poco, va agregando especies nuevas al jardín.
Hoy, La Barranquita tiene poco más de cuatro años. Como buen hacedor inquieto, Juan no deja de proyectar nuevas plantaciones, estanques, pérgolas y modificaciones en la casa. “Sé que eso me acompañará toda la vida. Y me encanta que así sea porque, como dije antes, es un parque de diversiones para mí. Y lo mejor de todo, es que recién empieza.”