La curiosidad y la supervivencia
El 9 de julio publiqué en este espacio una columna titulada Leer libros es una forma de pensar. Para mi asombro –uno nunca deja de aprender–, muchos lectores me preguntaron dónde podían cons...
El 9 de julio publiqué en este espacio una columna titulada Leer libros es una forma de pensar. Para mi asombro –uno nunca deja de aprender–, muchos lectores me preguntaron dónde podían consultar esa lista de 100 libros para empezar a leer que mencioné en el artículo y que doy en una de las materias que dicto en la universidad. Tuve que excusarme, porque hago esa enumeración sin fichas ni anotaciones, de memoria, durante unas tres horas, indicando título, autor, argumento general (sin spoilers), más la época y el contexto en que se publicó la obra. Se me ocurre que hacer esto es un buen ejemplo para una generación a la que le vendieron el embuste de que no hace falta saber nada porque está todo en internet. Lo que me lleva al siguiente asunto, pero, antes, prometo que la próxima clase sobre libros registraré ese listado y responderé los pedidos. En rigor, cien libros son muy pocos; decenas de obras fundamentales quedarían fuera de ese conjunto. La única pretensión de tal lista es ser una guía para empezar a ejercitarse en una práctica neurológicamente compleja como la de leer libros.
Ahora, al asunto de hoy. Me escribe a menudo una querida lectora y amiga que se llama igual que mi mamá, Josefina, asombrada por (y cito) “todas las cosas que sé”. Anteayer le escribí por WhatsApp para aclararle que en realidad los periodistas no sabemos todo eso que publicamos, sino que, llegado el caso, tenemos que aprender en tiempo récord de qué se trata. Pero me dejó pensando.
Tengo una ideología muy socrática en este sentido. Es decir, creo que cuantas más cosas aprendés, más te das cuenta de todo lo que no sabés. Suena a eslogan. No lo es, y funciona así: debido, muy probablemente, a una adaptación evolutiva, al cerebro le gusta enterarse. A los mamíferos en general y a los primates en particular (nosotros pertenecemos al orden de los primates), nos atrae enterarnos.
Llamamos a esto curiosidad, y es un signo de inteligencia. Pero no solo de inteligencia. Si nos atrae es porque evolucionamos en ese sentido. Si evolucionamos en ese sentido es porque la curiosidad es clave para la supervivencia de la especie. Es el resorte detrás de los chimentos y los rumores, porque en el nivel más profundo a la biología le da lo mismo enterarse de los pormenores escabrosos de una celebridad o conocer las tres leyes del movimiento de Newton. Lo que me lleva al tercer paso de este razonamiento.
Salvo excepciones, en todos nosotros hay una pulsión básica por saber. Saber, conocer, no haré las diferencias de rigor en este punto. Enterarnos, para simplificar. Nos atrae enterarnos. Pero a la vez, y quizá porque esta pulsión puede resultarles peligrosa a los que tienen aspiraciones totalitarias, hay un esfuerzo más o menos evidente en dos sentidos.
Por un lado, estamos atiborrados de datos. Por otro, esos datos no necesariamente son ciertos ni mucho menos nos preparan mejor para la supervivencia. Pero, de nuevo, al cerebro le da lo mismo. Como ocurre con la nicotina, que estimula las neuronas dopaminérgicas, cualquier tipo de información premia este mecanismo cerebral. De paso, se anclan ahí también las fake news y las teorías conspirativas. Desde el punto de vista puramente instintivo, cuanto más amarillo el titular, más nos conviene estar al tanto.
Lo que Josefina cree que es una enormidad de datos almacenados en mi memoria en realidad es más bien un método y una serie de herramientas. Como dijo Carl Sagan, la ciencia no es tanto un conjunto de conocimientos como una forma de pensar. Extendería esta idea a la práctica de la curiosidad crítica. No ya enterarnos solo para saciar ese instinto animal de saber qué pasa, sino tratar de entender. Se requiere, es cierto, una paleta básica de datos (la Tabla Periódica, por ejemplo, o quién fue Bach), pero se trata menos de almacenar que del hábito sistemático de investigar. Sentimos hambre de saber. El desafío, acaso, es alimentarnos mejor.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/la-curiosidad-y-la-supervivencia-nid30072025/