Marion Eppinger, distinguida con el Premio arteba al Coleccionismo
“Entiendo que este premio es para la colección, para Jorge y Marion. La colección nunca se separó y siempre fue manejada por los dos”, dice Marion Eppinger a LA NACION en su departamento de ...
“Entiendo que este premio es para la colección, para Jorge y Marion. La colección nunca se separó y siempre fue manejada por los dos”, dice Marion Eppinger a LA NACION en su departamento de Recoleta, rodeada por algunas de las obras que reunió con su marido, Jorge Helft. Se divorciaron hace casi tres décadas y él murió en marzo último, en Francia. “Hasta el día que falleció, todo lo que tenía que ver con la colección era una colaboración”, aclara ahora, distinguida con el Premio arteba al Coleccionismo, que recibirá durante la próxima edición de la feria.
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“Esta fue la primera obra de arte argentino que compramos”, recuerda mientras señala un móvil de Julio Le Parc que adquirieron en 1967 en el Instituto Torcuato Di Tella, por trescientos dólares en tres cuotas, cuando tenían poco más de treinta años.
Ambos eran inmigrantes que vivieron una odisea para escapar de la persecución nazi. Nacidos a comienzos de la década de 1930, llegaron a la Argentina cuando eran adolescentes. No sólo estuvieron casados durante cuarenta años y tuvieron tres hijos, sino que formaron juntos una de las primeras colecciones privadas importantes de la región e impulsaron la Fundación San Telmo, donde organizaron más de mil encuentros culturales y casi un centenar de exposiciones con entrada gratis, entre 1980 y 1993.
Como testigos de ese legado custodian también la puerta de entrada una Venus azul de Yves Klein y una pintura de Antonio Berni y una pintura de Guillermo Kuitca, quien recibió un gran apoyo de la pareja de coleccionistas a los comienzos de la década de 1980. Apenas tres de los grandes nombres que llegaron a integrar este acervo. Entre sus preferidos, señala, se cuentan Alberto Heredia, Juan Carlos Distéfano, Líbero Badíi, Jorge de la Vega, Luis Felipe Noé, Grete Stern, Pablo Suárez y Víctor Grippo, por citar algunos.
“Desde un comienzo, el núcleo principal era la Nueva Figuración y los artistas de los 60 y comienzos de los 70 –explica Marion-. Después se fue expandiendo; también nos interesó mucho el conceptualismo. Siempre hemos comprado arte argentino e internacional, que era como un contexto. Se han comprado y se han vendido obras, pero el núcleo permaneció siempre”.
Los dos heredaron un “buen ojo”. Hijo y nieto de anticuarios, él había nacido en París y trabajaba en la empresa textil familiar. Ella, como médica especialista en onco-hematología en el Hospital Ramos Mejía. Nació en Budapest, donde su madre artista la formó en un ambiente creativo: participaba de las frecuentes tertulias que se hacían en el departamento familiar y pasaban el verano en la colonia de vacaciones de los artistas de Hungría, en Szentendre.
“Es una ciudad antigua, al borde del Danubio. Estaba muy metida cuando discutían sobre arte, cantaban, etcétera –recuerda-. Vivía en medio de ellos, íbamos a nadar, a las tabernas y charlábamos, pero talento artístico nunca tuve. Se me dio por la música, pero el arte no era lo mío. Después, mi mamá me mandó a los 19 años a Europa, sola en barco, y estuve estudiando el arte antiguo, medieval, renacentista, etcétera. Sobre todo, en Italia y Francia. Para ella, eso era importante”.
En ese interés, siguió su huella. Artistas amigos como Clorindo Testa, Enio Iommi, Miguel Harte, Heredia y Distéfano solían frecuentar las reuniones que organizaba en su casa –primero en Bustamante y Libertador, luego sobre Defensa al 1300-; en la sede de la Fundación San Telmo, ubicada sobre la misma cuadra, y desde principios de la década de 1990 en un edificio que construyeron enfrente para alojar y exhibir la colección con cita previa. Desde hace dos años, ese espacio lo ocupa la galería W. La calle fue cortada por patrulleros cuando llegó hasta allí durante el gobierno de Carlos Menem para ver la colección David Rockefeller, importante coleccionista de arte moderno e hijo de una de las fundadoras del MoMA.
A fines de los años 80, cuando se mudaron al barrio, el crítico y curador Samuel Paz se encargó de instalar las obras y diseñar la biblioteca. En el living se ubicó El manto final, de Suárez: una silueta cubierta por moscas. También una pintura de Albert Gleizes, que actualmente está en el Museo Reina Sofía de Madrid; otras dos de Kuitca se distribuyeron en el comedor y en el dormitorio, que compartía con varias de Xul Solar. Había además esculturas de José Fioravanti, Badíi y Iommi, entre muchas otras.
“Jorge se ocupaba más de la investigación, del archivo, de documentación –explica Marion-. Yo tenía mi profesión, pero participaba en todas las compras, la colgada y el mantenimiento de la colección. Era, digamos, la parte intuitiva. Y todas las compras se hicieron de común acuerdo”.
Desde 1996, cuando se separaron, Marion asumiría además durante dieciocho años otro rol destacado: el de “mano derecha” de Laura Buccellato, entonces directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Integró también su Asociación Amigos, que llegó a presidir, y seleccionó junto con Gabriel Valansi y Marcelo Grossman las fotografías que pasarían a integrar el acervo institucional. Fue ella también quien hizo la conexión con Emilio Ambasz, arquitecto y diseñador argentino residente en Nueva York, que donó el proyecto de ampliación de la sede actual del museo. “Después fue muy modificado y pasó por avatares de todo tipo”, aclara.
En 2010 decidieron cerrar el edificio donde se exhibía la colección. “Yo ya tenía casi 80 años. Se me hizo un poco pesado mantener ese espacio”, explica Marion. Jorge pasó sus últimos años entre Buenos Aires, Montevideo y París, hasta instalarse de forma definitiva hasta su muerte en la región de Normandía.