Desde las anécdotas increíbles con Pappo, Spinetta y Charly hasta su paso por bandas como Pescado Rabioso, Polifemo y, claro, Serú Girán
La mamá de ...
La mamá de David Lebón se casó con un piloto inglés que peleó en la Segunda Guerra y no volvió más. Ella misma fue paracaidista y, en su último salto, cayó en un campo de concentración. “La lechería está cerrada”, le decía a su hijo, al que no pudo amamantar por el desastre que los nazis hicieron en su cuerpo.
A finales de los 70, David andaba en su moto por los alrededores de Ferradura –en Buzios– y llegó a una especie de túnel de plantas que desembocaba en un sitio que bautizó “la playa de los boludos”. “Le puse así porque el mar rompía muy fuerte contra una pared y era un lugar perfecto para suicidarse”, evoca. Después volvía a la casa que alquilaban con Charly García y se iban a bucear para conseguir su almuerzo. “Sacábamos erizos y los comíamos con limón”, cuenta.
En ese paraíso alucinado nació, entre otras canciones, Seminare. Estas anécdotas y muchas más forman parte de La magia de estar aquí (Editorial Planeta), el libro que está presentando Lebón, uno de los músicos más respetados y queridos del rock nacional. De visita a su casa en el sur del conurbano bonaerense, el guitarrista revivió muchas de estas historias. “Soy muy sincero y todavía siento el cosquilleo acá (se toca el pecho). A esta (se toca la cabeza) no la escucho”, afirma, y empieza a hablar...
Una casa como cualquier otra en un barrio de zona sur. Pasto cortado a cepillo, pileta rectangular y parrillita de rigor. En la heladera hay imanes y uno tiene la frase que Julia Roberts le dice a Hugh Grant en la película Nothing Hill: “no te olvides que soy sólo una chica, parada frente a un chico, pidiéndole que la quiera”.
Quien abre la puerta del hogar es Patricia Oviedo, la pareja de David, que tiene un agradecimiento muy especial en el libro: “A Pato, mi amor eterno, mi Encuentro Supremo... a quien extraño cada minuto que no estamos juntos”.
David aparece atrás de Pato, con una taza de té y bastante cara de dormido (los pelos blancos siempre parados). Es mediodía y dice que se levantó hace poco, que lo esperemos, que se toma el té y viene. Unos minutos después, cruza el patio para ir hasta su estudio, repleto de guitarras, con un póster en el que se lo ve en un escenario con Luis Alberto Spinetta. “Nos divertimos mucho con Luis; vivimos juntos tres años con mi hermana. Creo que la foto es de un Obras que hicimos con Serú, que vino él con su banda”, señala.
Después empieza la sesión de fotos (Patricia ayuda a correr los estuches de las guitarras para hacer espacio) y Lebón posa en una banqueta. Todo muy tranquilo hasta que, de repente, empieza a sonar música fuerte en una casa que queda cruzando la calle: un combinado furioso de cumbia a todo volumen.
Suena una versión demasiado tuneada del Grupo Frontera, que se llama Frágil. David no presta demasiada atención, no le molesta, pareciera como si una banda de sonido propia estuviera en sus oídos la mayor parte del tiempo. Acaso sea la voz de su maestro, Prem Rawat, a quien sigue desde hace décadas, y por quien medita cada día, en donde sea que esté.
–Para vos, que sos un músico de rock, ¿tener un vecino que te pone cumbia todo el día debe ser una pesadilla no?
–No, no, porque no es siempre cumbia. Se ve que está el padre, el hijo, la esposa o la abuela, porque a cada uno le gusta una música distinta. Hay días que ponen rock, onda AC/DC, y otros que suenan temas más románticos. No me molesta. O sea, esto es un barrio y cuando era chiquito yo vivía en un barrio también, pero sonaba tango y folclore.
–En el libro describís una relación muy linda con tu mamá. Nació en China, sus padres eran rusos, escapados de la Revolución Bolchevique; ella fue paracaidista con los Aliados y terminó viviendo en Estados Unidos. ¿Te contaba historias de la guerra?
–Sí, desde muy chiquito me contó. Yo fui muy consciente desde los dos años. Estaba siempre atento a todo y entendía. Eso me lo regaló “el creador”. Siempre fui muy consciente del amor y del dolor. Si mis padres discutían, yo lloraba; si se besaban también me ponía a llorar e iba corriendo a abrazarlos. Cuando era chico yo veía mamás que le daban el pecho a sus hijos. Ella no podía darme la teta. Los nazis la torturaron, le lastimaron el pecho. Horrible (se le caen las lágrimas).
–¿Qué es lo que más extrañás de los años que viviste en Estados Unidos?
–Viví allá desde los ocho hasta los diecisiete. Pasé la mejor época, que fue el momento de la salida de los Beatles. Y además mi mamá era una amante total de la música y de los teatros. Cuando escuché a los Beatles le dije: “mamá, yo quiero ser eso; no sé qué es pero quiero ser eso”. Me pasó también cuando vi a Jimi Hendrix. Y mi vieja entendió todo.
–¿Te gusta recordar el pasado o te pone mal?
–Siempre estoy de buen humor. A esta (se toca la cabeza) no la escucho. O sea: está, me ofrece, me habla, me propone, pero no le doy bola porque sé que todo viene desde acá (se toca el pecho). Además tengo un maestro desde hace 55 años y vengo meditando todos los días, cuando puedo y donde puedo. Es como estar en un escenario. Ahí es donde desaparezco, no está más David. Es cuando más me disfruto y me emociono. Si veo a un nene de doce años que le cae una lágrima cuando estoy cantando Nos veremos otra vez, me pongo a llorar con él.
–¿También te emociona componer?
–Nunca fui compositor, ni escritor, ni poeta. Siempre fui roquero. No me importaba mucho lo que decían las letras, no traté de hacer frases célebres. Simplemente decía lo que me salía de adentro, frases del estilo Oye Dios oye Dios, por favor. Suéltate rock and roll (es la letra de un tema de Polifemo). En ese momento para mí el rock era lo que le estaba levantando el ánimo a la gente.
Una pastafrola y un avión perdidoEn el libro, Lebón narra que -en 1971- Pappo le pidió que fuera a España, donde lo esperabn con Ciro Fogliatta y su cuñado. David vendió todo lo que tenía para comprar el pasaje. Cuando finalmente estaba en el avión, hizo una escala en San Pablo y se perdió la conexión porque se quedó fumando en el baño. “¡Sólo tenía cinco dólares y una pastafrola que había hecho la hermana de Ciro!”, cuenta. Y sigue: “me acordé de la palabra ‘aventura’, que siempre usaba Pappo, y pensé ‘voy a tener que hacer alguna aventura’”.
Cuando finalmente llegó a Madrid con la pastafrola, cayó en la cuenta de que Pappo y los suyos no vivían en un apartamento, sino a la intemperie, en la Plaza Mayor. “Mendigábamos, limpiábamos baños y lavábamos platos para vivir”, narra.
–Es increíble la historia de tu primer viaje a España, con la pastafrola. ¿Cómo era tu relación con Pappo?
–Era un hermano mío, realmente un hermano. Pappo era un Firestone, no un punk; era un tipo que amaba los autos con toda su alma. Te armaba y desarmaba un coche en cinco minutos. Era un loco. Me acuerdo que agarraba el puente de Juan B. Justo y subía y bajaba como diez veces a toda velocidad. Cuando me invitó a España me bautizó “Colonio”, porque había una colonia muy famosa en esa época que se llamaba Le Bon. Y él nos ponía nombres a todos. Me decía “Colonio, vamos acá; Colonio, vamos allá”. En la casa de su familia, en Artigas y Juan B. Justo, él no era Pappo: era Norberto. La mamá le decía “no seas travieso, Norberto” y él ponía las patas arriba de la mesa y se tiraba un pedo tremendo, como que lo prendía fuego. El papá lo llevaba a todos lados, a todos los shows. Se amaban.
–¿Te viene a la cabeza alguna anécdota con él?
–Un día cayó Luis (Spinetta) en un Chevrolet Impala amarillo, con dos tailandesas, y yo estaba viviendo ahí en la casa de Pappo. Cuando entró con las dos yo casi me desmayo; amo la belleza, siempre me encantaron las mujeres bellas. Quise ir con ellos, pero Pappo me dijo “no Colonio, vos no, viste cómo está la policía, yo no quiero que te pase nada”. Y lo decía de corazón, de verdad.
–Te cuidaba...
–Sí, una vez se vino manejando hasta Mendoza, en donde yo estaba viviendo. Llegó a las cuatro de la mañana, se puso a hacer un asado y me llevó al fondo para hablar a solas. “Tenés que tener cuidado con esto, David, y también con aquello”, me decía. Me veía como más chico, quizás como más frágil.
–¿Y con Spinetta te pasaba lo mismo?
–Hay un idioma entre los músicos, un idioma que no son los acordes. Con Luis era con quien más hablaba, teníamos unas charlas increíbles en la cocina de mi abuela. Nos quedábamos hasta las cinco, seis de la mañana. Nosotros ensayábamos en la casa de Luis. El padre era un ser espectacular y le encantaba el tango. Me acuerdo que cuando llevábamos los instrumentos y empezábamos a tocar, el papá de Luis decía “esperen un poco, déjenme sacar a los pajaritos que, cuando ustedes fuman eso que fuman, ellos después me cantan cualquier cosa”.
–En el libro contás que toda tu vida viviste con familias que te cobijaron...
–Viví en distintos lugares, siempre con familias de músicos. Una vez el padre de Rinaldo Rafanelli (histórico bajista de Sui Generis y Polifemo), que fue mi verdadero hermano, el primero que conocí cuando vine a la Argentina, me dijo: “¿querés ser mi hijo?”. Me adoraba, yo siempre lo ayudaba a arreglar cosas en la casa cuando se rompía algo.
Moto y erizosTres veces fue Charly a visitar a David para convencerlo de que fuera con él a componer a Brasil. “Al tercer día que vino trajo medialunas y al final acepté. Con Charly tenemos una sintonía inmediata, aunque seamos totalmente distintos”, escribe Lebón en el libro.
Con la llegada a Buzios de Pedro Aznar y Oscar Moro se completó la piedra fundacional de Serú Girán. “Al final estuvimos más de un mes sin instrumentos porque nunca llegaron los que nos habían prometido que iban a enviar. Sólo estaba la guitarra acústica que usamos para sacar Seminare, que fue el primer tema que hicimos”, rememora el guitarrista.
–En el libro contás el nacimiento de Serú en Buzios. ¿Qué te acordás de esos meses en Brasil?
–Fueron maravillosos, pero al principio no quería ir porque recién habían nacido mis primeros hijos y yo siempre llevaba a la familia encima. En ese momento yo estaba con Polifemo, bastante tranquilo, pero Charly me convenció. No lo conocía mucho, no éramos íntimos. Yo era mucho más amigo de Claudio Gabis, de Alejandro Medina, de Javier Martínez... Pero bueno, nos fuimos a Buzios y ahí me di cuenta de que Charly no era sólo “un poco inteligente”, era la inteligencia con patas. En ese momento él estaba saliendo con María Soca, con quien fuimos muy amigos. Buzios era un lugar ideal para componer un disco nuevo.
–¿Qué esperaba él de vos?
–Me decía “yo necesito un tipo en el medio porque no puedo cantar todas las canciones; no me da la voz; además, vos hacés rock y podemos hacer otro tipo de música con vos en la guitarra”. La dibujó, viste. Fuimos allá y él había alquilado una casa hermosa en Ferradura. Llevamos dos motos, la mía era cross. Me acuerdo de que antes de arrancar me tomaba una jarra de gin tonic, lavaba la moto para sacarle la arena y me iba “de aventuras”, como decía Pappo.
–¿Y adónde ibas con la moto?
–Me acuerdo que encontré un lugar increíble, que habían hecho los pescadores con un machete, que era como una especie de túnel de plantas. Por ahí llegabas a una playa hermosa, en donde el mar chocaba contra una pared de piedras. Me quedaba horas ahí, mirando. Después nos íbamos a bucear, con cinturones de seis kilos de peso; agarrábamos erizos, los comíamos con limón. Era lo único que comíamos.
–¿Y Charly no te acompañaba en la moto?
–Charlie no sabe manejar. Incluso me acuerdo que chocó contra el Tiro Federal porque siguió todo derecho por donde venía y no sabía doblar. Lo encontró un fan y se lo llevó a su casa para curarlo, porque Charly estaba hecho pelota. Ahí me dijo: “te dejo la moto, es tuya, no quiero saber más nada”. Y bueno, ese fue mi vehículo y mi diversión.
–¿Cómo fue la composición de Seminare?
–Charly me mostró el tema y me dijo: “compuse este tema porque pensé en vos, yo creo que este tema es tuyo”. Él empezó a componer canciones para que yo pusiera mi guitarra de rock y mi voz. Hace unos años me llamó por teléfono y me dijo en broma: “te regalo Seminare, en serio, pero no lo de Sadaic; te regalo el tema nomás”.
–El libro Entre lujurias y represión, que se escribió sobre la historia de Serú, decía que ustedes eran una banda de cuatro solistas y que por eso había tensiones y constantes luchas de egos. ¿Era así?
–No, no... tensiones tienen todas las bandas. Yo sigo teniendo tensiones con Pedro (Aznar) y ahora me estoy yendo a Bogotá a tocar con él. Somos amigos, podemos pelear por tonterías, pero no hay luchas de egos. Todos tenemos ego... Serú Girán fue las lágrimas de mucha gente, el amor de mucha gente, el casamiento de mucha gente. Teníamos que ser un buen grupo, como los Beatles, que también se peleaban todo el tiempo (risas). No había un día que no se pelearan; George se fue mil veces de la banda y siempre volvía.
–¿El peso creativo de Charly opacó tu carrera solista o la potenció?
–A mí me ayudó mucho porque, hasta conocer a Charly, lo único que me importaba era hacer solos de guitarra. Componía canciones con solos bien largos. Con Charly me empezó a gustar la búsqueda de acordes clásicos. Y él era todo clásico porque venía de esa formación desde los tres años. A los seis ya era profesor de piano. El tipo tenía oído absoluto. Hacía tintinear un vaso y te decía: “acá sonó un fa sostenido”. Por eso te digo que me ayudó muchísimo, pero la verdad es que él vino hacia donde estaba yo más de lo que yo fui hacia donde estaba él. Él se vino al rock. Charly quería rock y también lo puso a Pedro porque tocaba con la onda de (Jaco) Pastorius. Me acuerdo que Pedrito tenía 16 años, era un nene; sacó el bajo, lo enchufó y se puso a tocar. Te juro que al escucharlo se me cayeron las bolas al piso. Ni hablar de Oscar Moro, que tenía el golpe de John Bonham en Led Zeppelin.
“Te van a robar hasta a tu mujer”En 1990, David se encontró otra vez en Miami y coincidió con su amigo Claudio Lisman, con quien había vendido remeras en Plaza Francia cuando eran jóvenes. A Lisman le había ido muy bien en varios negocios vinculados al mundo de la tecnología (entre ellos, el diseño de radares para barcos). “Yo cuidaba a su hijo Robert, lo iba a buscar a la escuela y jugábamos”, recuerda Lebón. “Claudio me bancó un disco lindísimo, Nuevas mañanas, que costó 250.000 dólares, pero fue opacado por la reunión de Serú”, agrega.
Lisman quería hacer la reunión de Serú, pero Lebón no estaba convencido. “Le avisé que lo iban a cagar y que iba a tener problemas: ´no te metas con estos tipos porque te van a cagar hasta a tu mujer’”, escribe en su texto autobiográfico.
Queda claro en el libro que los shows en River, el 19 y 20 de diciembre de 1992, fueron caóticos. “Al terminar el primer show le comenté algo a Charly y me acuerdo que lloró. Me preguntó: ´¿por qué me tratás mal?’. Le dije que no lo trataba mal, pero que él se creía Prince y tenía menos swing que un ladrillo. ‘¡Encima te caés todo el tiempo, te lastimás los dedos la cara y las rodillas!’. Al final le compré unas coderas y unas rodilleras para que no se golpeara más”, cuenta el guitarrista en sus memorias.
–Cuando pensás en esos shows en River, ¿qué recuerdos te vienen a la cabeza?
–Pienso que no estaba mal que nos llamaran “Los Beatles Argentinos”, porque no había una banda que pudiera hacer lo que estábamos haciendo nosotros. En esos River me apodaron “el padre Gardella”, un sacerdote muy conocido en esa época, porque yo era el que arreglaba los problemas, el que siempre estaba en el medio. Con Moro no había problema porque él sólo quería tocar. Sí me acuerdo que Charly se tiró arriba de la batería de Moro, pero yo ya me había ido. Me fui para Uruguay, que estaba mi hija con su marido. Me subí al auto y fui para Punta del Este.
–Si tuvieras que elegir un momento de plenitud artística en tu carrera, ¿cuál sería?
–Yo creo que todos los grupos en los que estuve tuvieron esa plenitud artística. Me acuerdo especialmente de una banda que se llamaba Seleste, que era un grupo de canciones devocionales y siempre salía volado de los conciertos.
–En 2020 ganaste el Gardel de Oro y tuviste un reconocimiento del público joven. ¿Cómo interactuás con las nuevas generaciones?
–Me quieren todos. En la última entrega de los Gardel lo tenía a Catriel sentado adelante mío. Le toqué la espalda. Cuando vio que era yo me dio un abrazo que me dejó sin aire. Parecíamos dos personas que se conocen desde hace millones de años. No hubo palabras. Sólo: “gracias, te quiero, qué bueno que sos, hagamos algo”. También la conozco a Lali Espósito desde que arrancó. Es un cago de risa, una mina divina, me hice muy amigo. La tiene clara, es como Lady Gaga.
–¿Qué te genera la nueva música urbana? ¿Te pasarías una tarde escuchando un compilado de Thiago PZK, Duki y Nicki Nicole?
–No escucho música en casa. Creo que escuché todo lo que tenía que escuchar. O sea, a mí la música me abrió, me desgarró el alma. Ya pasó. Creo que ahora simplemente entiendo lo que es cuando se le desgarra el alma a un músico, como me pasó a mí. Pienso cómo lo vivirán tipos como Catriel, como Wos...
–Si pudieras volver a un ensayo, un viaje o un show de todos los que viviste, sólo para revivirlo un instante, ¿cuál sería?
–Volvería a un show de Polifemo, una noche entre La Plata y Capital. Me acuerdo que antes de nosotros tocaba César “Banana” Pueyrredón. El recital era una mezcla de la música comercial que hacía Banana y la propuesta progresiva de Polifemo. Ojo, a mí me encantaba César Banana y a los otros músicos también.
–¿Te acordás que año fue?
–Recién llegaba de Estados Unidos. Me acuerdo que en un momento dado el grupo de Banana se fue y nos tocaba a nosotros. Y ahí Rino se puso pesado, le encantaba hacerse el pesado como Pappo, pero no era Pappo. Era Rino. Entonces, cuando se fue Banana, Rino dijo “ahora van a escuchar música de verdad”.
–¿Se armó lío con los fans de Banana?
–Y... había un tipo que se le veía sólo de la cintura para arriba porque estaba atrás de una valla, que todo el tiempo le decía a Rino: “puto, puto, puto”. Rino lo miraba y le decía “te voy a matar”, pero el otro seguía. Hasta que Rino se hartó y lo reputeó. Lo mal que hizo. El tipo, al que sólo se le veía el torso, estaba en silla de ruedas, pero desde el escenario no se veía. El público se recalentó. Nos tiraron un órgano al piso, salimos por atrás del escenario. Fue lo más cómico y lo más Dalí que pudo haber existido.
–También está el mito de que lo viste a Hendrix en vivo. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Sí, fue en Miami. Mi mamá consiguió las entradas en el Jackie Gleason Theater de Miami Beach, que era el lugar más grande que había para tocar. Cuando vi a Hendrix parecía que venía de otro planeta, cómo se vestía, cómo se movía; tocaba con los dientes, golpeaba la guitarra contra el equipo. Nunca había visto una cosa así en mi vida.
–¿Y qué te generó?
–Me dije: “quiero ser como él”. Pero era zurdo (se ríe).
–En el prólogo del libro, Pedro Aznar afirma que vos tenés “duende” (una expresión del ámbito del flamenco para describir a alguien que tiene un encanto especial, un magnetismo). ¿A qué pensás que se refiere?
–El corazón, se refiere al corazón. Es decirle “no” a la cabeza. Pedro es muy intelectual y yo soy cero intelectual. No me pregunten si dos más dos es cuatro. Para mí debería ser veintidós, así todos tendrían más plata. Cuando tengas un rato, sentate y respirá. Escuchá y “mirá” la respiración. Yo tengo un tema que dice “con los ojos cerrados me ves mejor”. Cuando inhalás, estás haciendo que entre tu creador. Cuando exhalás, soplás el infierno para afuera.