Generales Escuchar artículo

“Intentaron casarme con...”. La fantasía que enamoró a la prensa y que pareció acercar aún más a los EE.UU. con el Reino Unido

Hubo un momento, durante la reciente visita de Estado del presidente Donald Trump, que sacudió a la prensa rosa birtánica. Fue durante el banquete de recepción, ofrecido al final de la primera j...

Hubo un momento, durante la reciente visita de Estado del presidente Donald Trump, que sacudió a la prensa rosa birtánica. Fue durante el banquete de recepción, ofrecido al final de la primera jornada en el Castillo de Windsor, en el salón St. George, cuando Carlos III mezcló en su breve discurso de bienvenida un recuerdo de su juventud.

“Siempre he admirado el ingenio del pueblo estadounidense y los principios de libertad que su gran democracia ha encarnado desde sus inicios -dijo-. A lo largo de mi vida, desde mi primera visita a Estados Unidos en 1970 y en el transcurso de mis más de 20 visitas desde entonces, he valorado los estrechos lazos que unen a los pueblos británico y estadounidense. Si en aquel entonces los medios de comunicación hubieran logrado su objetivo de profundizar aún más esta relación especial, ¡yo mismo podría haberme casado con una integrante de la familia Nixon!”, dijo. Y disparó la carcajada de los presentes.

No era la primera vez que el hijo de la Reina Isabel II refería a aquel momento en la historia en el que, según él, quisieron “acercarlo” a Tricia Nixon, hija del presidente Richard Nixon. Ya lo había mencionado, algunos años atrás, durante una entrevista que concedió a la CNN: “Ése fue el momento en que intentaron casarme con Tricia Nixon”, precisó.

Se trata de un antecedente que podría haber cambiado la historia, pero todo quedó ahí. Carlos visitó Estados Unidos en 1970. Los informes en ese momento sugirieron que el entonces presidente Richard Nixon intentó juntar al príncipe con su hija mayor. Por entonces, Tricia tenía 24 años, y Carlos, 21. Hubo una cena de gala en la Casa Blanca en la que los dos estaban sentados juntos. También asistieron a varios eventos sociales aquel fin de semana del príncipe en Washington, durante el cual él y su hermana Anne se quedaron como huéspedes en la Casa Blanca.

Hay muchas maneras de ver este asunto. Muchas son conjeturas, pero eso no quiere decir que sean un disparate. Con el diario del lunes, el plan del presidente era evidente: qué mejor que unir dos mundos (el de la realeza británica y el del poder político estadounidense) en una alianza romántica que, en los años setenta, habría resultado explosiva. Nixon estaba en su apogeo. Sabía que su hija gozaba de popularidad, era fotogénica y estaba en edad de casarse. Del otro lado, Carlos cargaba con la etiqueta de “el soltero más elegible del planeta”. Juntar a ambos parecía un movimiento ideal.

Lo que rodeó a esa estadía en Washington no fue solo intriga política. También estuvo atravesada por la construcción mediática de un joven heredero con un aura inesperada de sex symbol. La prensa estadounidense, siempre hambrienta de figuras glamorosas, lo presentó como una especie de Beatle con título real. Se escribía que, cuando Carlos apareció en actos públicos, “cientos de chicas y jóvenes hacían fila para verlo, como si fuera un miembro más de los Beatles”.

No era casualidad: el príncipe jugaba al polo, surfeaba, mostraba su torso desnudo en la playa... cultivaba un estilo atlético y una mezcla de porte militar y canchero.

Esa percepción quedó registrada en publicaciones de la época y luego se recuperó en artículos que, con algo de ironía, se preguntaban cómo aquel joven podía haber sido considerado un sex symbol. Tatler, por ejemplo, describía que “en persona, el príncipe irradia sexualidad… basta verlo en un partido de polo para comprender que tiene sex appeal”.

El episodio con Tricia Nixon ocurrió en ese contexto. La joven hija del presidente era la contracara americana de aquel príncipe europeo: rubia, de modales impecables, protagonista frecuente de las secciones sociales en los diarios de Washington y Nueva York. Hay quienes quieren creer que Nixon vio en esa coincidencia de edades y estatus una oportunidad para reforzar un vínculo entre Washington y Londres que trascendiera lo diplomático. Y, al mismo tiempo, se subía a la ola de popularidad de un príncipe que estaba en boca de todos.

Fue el propio Carlos quien se encargó de darle verosimilitud a la historia con aquella mención en una nota para CNN. El actual monarca sugirió, con el tono del que recuerda una travesura ajena, que el presidente de Estados Unidos había querido generar algo allí.

El recuerdo encaja con lo que varias crónicas de la época habían sugerido: que durante esa visita de 1970, Nixon lo sentó junto a Tricia en la cena de gala, que los paseó juntos por distintos actos oficiales y que buscó mostrar cercanía entre ambos.

El matrimonio nunca se materializó, claro. Tricia se casaría dos años después con Edward Cox, en una boda celebrada en los jardines de la Casa Blanca y transmitida en vivo por televisión, con millones de espectadores. Carlos, en cambio, prolongaría su soltería y seguiría sumando novias y rumores hasta que, ya en los años ochenta, eligiera a Diana Spencer, en la catedral de St. Paul, en una ceremonia televisada que atrajo a 750 millones de espectadores en todo el mundo. Pero esa declaración en CNN funcionó como un cierre de círculo: confirmó que la anécdota había existido y que, al menos durante un par de días, los Nixon soñaron con un enlace que hubiera sacudido el tablero geopolítico.

No era un delirio aislado. En aquellos años, la política y la realeza convivían con una fuerte dimensión mediática. Para el presidente estadounidense, acercar a su hija al heredero del trono británico significaba sumar prestigio y, quizás, un símbolo de alianza cultural entre las dos potencias. No es casual que la prensa haya amplificado la idea.

La revista Life lo resumió con ironía: “el match que no prosperó”. El título funcionó como una síntesis perfecta: un juego político que nunca pasó de la especulación, pero que capturó la atención de la prensa estadounidense.

La narrativa encajaba con la imagen pública que Carlos arrastraba entonces. Como recordaron The Independent y Vogue, era un “símbolo sexual improbable”: un joven con el sello de la monarquía que, sin embargo, generaba revuelo en giras internacionales. Las multitudes lo recibían como a una estrella pop, se lo retrataba en la playa o en partidos de polo, y las mujeres hacían filas, literalmente, para poder hablarle aunque fuera durante dos segundos, a la pasada.

En ese escenario, el encuentro con Tricia Nixon adquiría tintes de fantasía. No se trataba de “unir potencias”, pero sí de simbolizar una suerte de acercamiento cultural. Una hija presidencial norteamericana y un príncipe británico eran, por definición, personajes de alta visibilidad.

Muchos años después, La serie The Crown reavivó la percepción de “bombón improbable” al elegir a Josh O’Connor para interpretar a Carlos en sus años jóvenes. El actor, con un aura parecida a la del personaje que protagoniza, encarnó a un Carlos que muestra esa condición de figura deseada, un heredero visto con fascinación tanto por su origen real como por un atractivo personal. La ficción, en ese sentido, devolvió al centro de la escena a aquel muchacho de 21 años que, sentado junto a Tricia Nixon en la Casa Blanca, representaba un cruce improbable entre dos mundos.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/intentaron-casarme-con-la-fantasia-que-enamoro-a-la-prensa-y-que-parecio-acercar-aun-mas-a-los-eeuu-nid22092025/

Comentarios
Volver arriba