NUEVA YORK.- El domingo pasado se corrió la 54ª edición de la maratón de esta ciudad, algo que los neoyorquinos se toman muy en serio. Más allá de los más de 50.000 participantes de todo el mundo y un total de premios que se acerca al millón de dólares, lo que importa siempre es la emoción colectiva. La ciudad entera vibró apoyando a los corredores a lo largo de los 42 kilómetros: había DJs en las veredas, carteles ingeniosos (“Esto es excesivo: la próxima vez, tomá Ozempic”, o “¿Pensás que esto es duro? Probá conseguir novio en Nueva York”) y brunches improvisados en los departamentos con vistas a las avenidas por donde pasa el pelotón. Desde las ventanas, los anfitriones agitaban copas de mimosas y bolsas de bagels: una coreografía de entusiasmo dominguero.
Para el final de la tarde, el alcohol ya había hecho efecto y los gritos de aliento para los últimos corredores sonaban incluso más fuertes que los que recibieron los primeros
Para el final de la tarde, el alcohol ya había hecho efecto y los gritos de aliento para los últimos corredores sonaban incluso más fuertes que los que recibieron los primeros. En las calles y en el subte, los maratonistas envueltos en las mantas anaranjadas que les dan para no enfriarse seguían sonriendo: por un par de días nada les sacó la expresión, mucho menos la enorme medalla de participación que lucían incluso para ir a la oficina el lunes.
Esta cronista no corre nada que no sea detrás de una pelota amarilla —y con raqueta en mano—, así que a todo esto lo disfruta a la distancia. Pero hay una maratón —una media maratón, para ser exactos— en la que sí consideraría participar algún día: la Bake Run, que se estrenó este año. En ella, algunas de las panaderías y pâtisseries más famosas de Nueva York colocan mozos con bandejas repletas de croissants, pain au chocolat y rolls de canela para que los corredores puedan detenerse a probarlos a lo largo del recorrido. Una carrera con hidratos de carbono, no contra ellos.
Durante décadas, el cliché de la neoyorquina moderna fue el de la mujer con pánico al carbohidrato. El siglo XXI empezó con la era low-carb y pedir una medialuna era casi una declaración contracultural
Y lo mejor es que resulta sintomática de algo mucho más grande: un fenómeno que The New York Times y Vogue llamaron recientemente el “pâtisserie renaissance” de la ciudad. Durante décadas, el cliché de la neoyorquina moderna fue el de la mujer con pánico al carbohidrato. El siglo XXI empezó con la era low-carb y pedir una medialuna era casi una declaración contracultural. Pero algo se quebró. La pandemia y el encierro devolvieron el placer del pan casero, el gusto por lo manual y la necesidad de pequeños consuelos tangibles. Había, además, creativos de la harina disponibles, pasteleros de restaurantes reconocidos que se quedaron sin trabajo. Según Eater NY, mucha de su energía creativa y espíritu emprendedor se canalizó en proyectos independientes. Son éstos los que finalmente están saliendo a la luz en esta nueva “edad de oro” de la patisserie local.
Igual, el fenómeno tenía sus cimientos anteriores, ya desde en la invención del Cronut, el híbrido de donut y croissant ideado por Dominique Ansel en 2013. Pero sobre esa base fue mucho lo que se construyó. En 2022 apareció el Suprême, un croissant circular y macizo, relleno de crema y cubierto de ganache, que fue viral y sinónimo de filas interminables.
En 2023, la obsesión fue la baguette laminada, masa de croissant enrollada sobre una baguette, un formato de crujiente extremo. Para 2024 llegó el Crookie, mezcla de croissant con galleta, y en 2025 reinan las formas: croissants en cubo, círculo, tubo o flor. Ya no importa tanto el relleno como la escenografía de la masa. Por supuesto, están quienes sostienen que este boom pastelero se explica de forma muy simple: muchas de las nuevas pastelerías son tan instagrameables como sus productos, y ahí radica su éxito. Pero también puede pensarse que, más allá de las redes, lo que ofrecen es algo menos efímero: un gesto de calidez. Esta semana, justo después de la maratón y su espíritu comunitario, vinieron como gran contraste las tan temidas elecciones locales. Un croissant tibio —de cualquier forma o relleno— y un café con leche pueden ser, por un instante, un pequeño abrazo de calidez y pertenencia en un momento que tanto hace falta.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/larga-vida-a-la-maraton-pastelera-nid09112025/